La escalada de tensiones en los mercados globales ha llevado al oro a cotizar en niveles nunca antes vistos. Según informes de Reuters, los futuros del oro en Estados Unidos se dispararon un 0,9% el miércoles, alcanzando cifras cercanas a los 3 355 dólares por onza, un nuevo récord impulsado por la creciente demanda de activos seguros en tiempos turbulentos.
Este repunte, sostenido por flujos inversores hacia refugios tradicionales, ocurre en un momento de incertidumbre económica y política. Factores como los riesgos geopolíticos, una posible guerra comercial, y la amenaza de nuevas aranceles impulsados por la errática agenda estadounidense –incluyendo la posibilidad de presiones sobre los tipos de interés– están bañando de atención a los mercados con un manto de preocupación.
La crisis no es menor: los inversores buscan proteger su capital ante la volatilidad bursátil y las sacudidas en la renta fija. En el segundo trimestre, la demanda de oro ha superado con creces la oferta, fenómeno detectado también por firmas como Citi, que advierten de un déficit físico del metal, elemento que está sirviendo de catalizador para mantener los precios al alza.
Asimismo, los bancos centrales, especialmente los de China, Rusia, e India, han reforzado sus reservas de oro, actuando como compradores sistemáticos en un contexto marcado por la búsqueda de diversificación frente al dólar débil y las tensiones globales.
El oro ha respondido con un salto histórico: su precio ha subido más de un 30% en lo que va del año, escalando hasta rozar los 3 500 dólares por onza. Esa barrera psicológica, rotunda en su significado, ha marcado una “santa semana del oro”, según analistas –un hito inédito que refleja la ansiedad dominante en los mercados.
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¿Qué significa este pico en contexto histórico?
Los analistas señalan que esta subida refleja el miedo colectivo: cuando el oro supera récords, es porque los instrumentos tradicionales –acciones, bonos, divisas– pierden atractivo o credibilidad. Que el dólar se haya depreciado un 8 % en 2025, y que los rendimientos de los bonos del Tesoro reflejen dudas creíbles sobre la fortaleza fiscal estadounidense, alimentan aún más la preferencia por lo tangible, lo físico.
Si a esto sumamos que bancos centrales autorizaron recientemente a aseguradoras y bancos a comprar oro, en el caso de China, el escenario resulta claro: estamos ante un movimiento multidimensional, con inversores institucionales y ciudadanos comunes reforzando carteras de refugio.
Riesgos y perspectivas
A pesar del rally, analistas advierten sobre posibles retrocesos. Técnicamente, se observa un soporte importante en los 2 990 dólares por onza –una eventual corrección por debajo de ese nivel podría abrir una pausa en la euforia. Además, un cambio en la percepción de riesgo, un giro en política monetaria, o el consenso de que la inflación ha sido domesticada, podría desinflar el precio.
No obstante, por el momento la narrativa se mantiene intacta: “In GOLD we trust”. La fortaleza del metal apunta a que, mientras persistan los temores globales, el oro seguirá su marcha ascendente, consolidando su función como termómetro del miedo financiero y baluarte para tiempos de incertidumbre.