Alex Vallenilla.- En las últimas semanas, surgieron especulaciones sobre una nueva fase de hiperinflación en Venezuela, tras la subida del precio del dólar. Sin embargo, estos anuncios de algunos especialistas, podrían estar cargados de más razones políticas que de fundamentos económicos. Lo primero que se puede cuestionar es que al principio pareciera incoherente hablar de que la economía venezolana está paralizada, pero al mismo tiempo se dirige a una nueva hiperinflación. Aunque la economía no sea una ciencia exacta y menos en un país que atraviesa todavía un trayecto de distorsiones e irracionalidad.
Los ciclos económicos son fehacientes. Para que haya el recalentamiento de una economía se debe pasar por la fase de acumulación, crecimiento y expansión, lo que podría conducir a una escalada de precios. Pero los mismos que alegan que Venezuela va rumbo a una nueva etapa de hiperinflación, al mismo tiempo señalan que la economía venezolana no crece y está estancada. Esto último no es compatible con una economía en crecimiento que pueda derivarse en hiperinflación.
Aunque en los últimos tres años, se registra un rebote del PIB anual, después de una caída sostenida desde el año 2004, se trata por ahora de un rebote. El mismo ocurre desde que se aplicaron reformas en materia cambiaria, al despenalizar el uso de divisas, lo que redujo enormemente la escasez de bienes y servicios que experimentó Venezuela desde 2009.
Pero existe una condición llamada estanflación, que significa que los dos fenómenos existen al mismo tiempo, con un componente inflacionario y uno de estancamiento. Es decir, podría haber estancamiento con inflación, que fue lo que experimentó el país con la caída del PIB en el lapso señalado y la hiperinflación que se vivió hasta 2020. Eso ocurrió debido al abuso de la monetización en una economía poco productiva. Es decir, había más dinero circulando, que bienes y servicios. Esa situación se produjo en medio de fuertes distorsiones económicas, que condujeron a que no solamente los fundamentos económicos estuviesen con dislocaciones, sino también el factor político y la crisis vivida entre 2014 y 2019 en materia de enfrentamientos internos.
Actualmente, la situación es otra, aunque los actores parecieran ser los mismos. Los fundamentos económicos que sirvieron de combustible para la hiperinflación de la década anterior, prácticamente ya no existen. El más grande de estos era el subsidio de la gasolina. Venezuela producía cerca de 900 mil barriles diarios de combustible, consumiendo en su mercado interno casi el 65%. Hoy, el consumo está reducido a cerca de unos 300 mil barriles diarios. Pero el factor no es el volumen, que de por sí muestra la caída y no un crecimiento económico; por lo tanto, un desplome abrupto de la demanda.
El subsidio de la gasolina tenía como efecto que las pérdidas de Pdvsa, se cubrían con préstamos del BCV y estos tenían como soporte la emisión de dinero. Deuda que prácticamente desapareció, tras la reconversión monetaria pasada. Cuando esa masa de bolívares entraba al sistema monetario, presionaba los precios al alza, en un país con precios controlados y con poca oferta de bienes y servicios. Esa situación, prácticamente ya no existe, así que el efecto de inflación, por monetización de la deuda que generaba ese proceso, prácticamente es nulo al haber gasolina a “tasa internacional” o, mejor dicho, sin el subsidio extremo que se registró. Esto último resta presión inflacionaria, respecto a la etapa anterior, y es lo que explica la desaceleración inflacionaria desde octubre de 2019.
Otro fundamento que desapareció fue la “bicicleta” crediticia. Los créditos que la banca venezolana tenía que otorgar de manera obligatoria, a tasas de interés reguladas o por debajo de la inflación, servían de incentivo para obtener divisas con créditos blandos. En medio de un alza súbita de precios, en poco tiempo era fácil de pagar, dejando al menos 70% de las divisas libres. La demanda de dólares por esa vía, ayudaba a presionar el valor de la divisa al alza y su cotización era trasladada a los costes de bienes y servicios que finalmente pagaban con inflación, quienes no tenían acceso a tales créditos. Actualmente, las tasas de interés están indexadas a las variaciones de cotización del dólar. Si el dólar sube, las tasas suben, es decir, quien asume un crédito lo paga realmente. Esto evita que la demanda de divisas sea propiciada a través del crédito bancario para refugiarse en estas y desaparece el incentivo de la etapa anterior, lo que resta presión inflacionaria.
El fundamento de los salarios en la administración pública, también pesa. El Estado es el mayor empleador. Al hacer conversiones en divisas, ya no existen los sueldos de épocas pasadas, lo que resta demanda de bienes y servicios. Esto, por ahora, al ser así, elimina presión inflacionaria, en un entorno poco productivo.
Sin embargo, todavía quedan factores que tienen peso en la presión sobre los precios. La situación política y las sanciones extranjeras, generan desconfianza para atraer inversiones a Venezuela. Esto crea merma de divisas y propicia la salida de capitales en cierta medida, pero en un entorno de estancamiento, su significancia es menor. Lo anterior obliga al Ejecutivo a emplear herramientas internas, como la más reciente con flexibilización del encaje legal y el otorgamiento de nuevos créditos, con el fin de apuntalar el crecimiento. Con ello, aumenta la demanda en un país que importa al menos 65% de lo que consume y se produce el impulso del valor del dólar que se registra en los últimos dos meses.
Si bien se pueden observar algunos repuntes inflacionarios, en un entorno todavía con algunas distorsiones, una nueva etapa de hiperinflación es poco probable, porque las distorsiones de mayor peso, ya no están.